Platillos volantes (Óscar Aibar, 2003) y Hombres de Negro (Barry Sonnenfeld, 1997) son, creo, la dos películas que mejor han sabido captar el lado friki de la ufología. De la americana estamos esperando que se estrene la tercera parte, pero todo apunta a que va para largo. Las primeras escenas se filmaron a finales de 2010 y, desde entonces, el rodaje parece que está parado. En estos momentos, no está claro ni que exista un guión definitivo, aunque la reciente incorporación de Josh Broslin invita al optimismo.
La leyenda de los Hombres de Negro (MiB) es casi tan vieja como los primeros avistamientos. Lo único curioso es que tiene algo de cierta. El primer investigador en denunciar que el gobierno ocultaba información y tenía agentes encargados de acosar a los testigos fue el pionero Donald Keyhole (autor del primer libro sobre el tema: Los platillos volantes son auténticos, 1950).
La agencia le dio parte de razón en un documento titulado ‘El papel de la CIA en el estudio de los ovnis, 1947-90’. Pero esos casos no son los que originaron los MiB. Sin embargo, visto con perspectiva, que alguna gente creyera algo así, pese a los desmentidos de rigor, tampoco tenía nada de singular teniendo en cuenta que el Área 51 oficialmente todavía no existe.
La presencia de curiosos personajes vestidos de negro tardó en consolidarse como parte del núcleo duro de la ufología. El mérito fue de Gray Barker y sus libros (sobre todo Sabían demasiado sobre platillos volantes) y su tenacidad a la hora de explotar el filón.
Barker era investigador jefe de la International Flying Saucer Bureau, una organización de ufólogos capitaneados por Albert K. Bender, que editaba Space Review. En abril de 1953, la revista anunció una gran exclusiva para el siguiente número: la verdad sobre los ovnis. Meses después, la revista y el Bureau cerraron misteriosamente sus puertas, y aún estamos esperando la gran revelación.
En 1956 llegó a las librerías Sabían demasiado..., que explicaba cómo tres misteriosos hombres vestidos de negro, con gafas a juego y que viajaban en un coche negro, habían amenazado a Bender con matarlo si hablaba. Así nació la leyenda.
Lo curioso de los ‘MiB’ es que, si querían pasar desapercibidos, ir de luto riguroso en un Cadillac negro no ayudaba. Es el efecto Guerrero del Antifaz, que con el máscara y la cruz, lo veías venir a kilómetros.
Barker era mucho Barker y dedicó parte de su existencia a marear la perdiz con el tema. Su relación con el mundo de la ufología era extraño. Fue una de las referencias indiscutibles pero, bebedor empedernido y homosexual, sus credenciales no eran las mejores (algo que explica su resentimiento contra el mundillo). Barker nunca se creyó ni un pimiento de nada que tuviera que ver con los ovnis. Falsificó todo lo que pudo y más, y perdió poco tiempo en ocultarlo. Fue muy grande.
Que se movía por dinero es innegable, pero también por diversión, un detalle que le redime. Barker logró que Ray Palmer (otra referencia de la ufología) publicara la carta del misterioso doctor Richard H. Pratt, en realidad redactada por un chaval de 17 años llamado John Sherwood. En ella, el doctor explicaba que había sido amenazado por agentes de una organización llamada B.I.C.R. tras descubrir que los ovnis eran naves que viajaban por el tiempo. Hay ufólogos que aún la toman por cierta.
Pero su mayor contribución a la causa fue un día que –más ciego que una peonza, según su amigo James Moseley- llamó a otro investigador, John Keel (el que inventó el acrónimo M.i.B). Haciéndose pasar por sí mismo y fingiendo su propia voz -que tiene mérito- consiguió que Keel creyera que había sido suplantado a su amigo por un robot y que los hombres de negro iban a por él.
Barker fue un jeta como la copa de un pino. Como la mayoría, hizo dinero vendiendo historias que sabía que eran mentira y no le disculpa de que muchos hicieran lo mismo. Pero lo hizo con mucho sentido del humor y sin careta. Aunque hoy esté semiolvidado por los grandes misteriodistas, su nombre aparece vinculado a cientos de casos –como el experimento Filadelfia, Mothman o las andanzas de George Adamski-. Un MiB III a su altura sería el mejor de los homenajes.
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