La Luna es un bello espectáculo visto desde nuestra casa, con sus fases y sus cráteres y esa punta de misterio que conlleva su otro lado, el que nunca nos muestra debido a una casualidad en los tiempos de rotación sobre sí misma y alrededor de la Tierra. Las imágenes de Armstrong andando en su superficie pertenecen ya al imaginario colectivo, pese a los que insisten en dudar de su veracidad, pero este es otro debate. Un regreso próximo parece comprometido tal y como está el panorama de las misiones espaciales tripuladas, así que de momento hay que consolarse con las proposiciones que hace otro tipo de ciencia: la ciencia ficción.
Y algunas son sorprendentemente buenas, pese a la poca repercusión de la que disfrutan fuera de los círculos de aficionados. Y se adelantan a lo que podría llegar a ser utilizando conocimientos científicos actuales e instigando debates que conciernen al futuro del ser humano. Como Moon, una película británica dirigida por Duncan Jones en la cual se reúnen algunas de las cuestiones científicotecnológicas que aparecen con profusión en los medios, como la fuente de energía que podría utilizarse en un futuro sin combustibles fósiles y la posibilidad, más que remota, de la clonación como método para obtener seres destinados a tareas concretas. Hasta ahora los robots parecían ser la apuesta mayoritaria para la realización de trabajos ingratos, pero en un mundo cambiante en el que Craig Venter alardea de haber sustituido el genoma de una bacteria por otro artificial (copia del primero, por otro lado), la ciencia ficción podría decantarse por recurrir a seres humanos reducidos a ser esclavos de otros seres humanos, a veces ignorando su triste papel.
Pero volvamos a la Luna, que es el escenario principal de la historia. Por mucho que transcurra gran parte en el interior de un complejo habitable, siempre se siente su presencia. Se trata de un lugar inhóspito para la vida, al menos tal y como nosotros lo conocemos, pero que quizás pudiera llegar a ser una excelente cantera donde conseguir los materiales que se están agotando en la Tierra e incluso, por qué no, con los que obtener energía limpia. En Moon esto ya es así. Nuestro satélite acoge una base de nombre Sarang en la cual se extrae Helio 3, un isótopo ligero no radiactivo de este elemento químico que existe realmente. En la película juega el rol de un combustible no contaminante, lo que se inspira en los sueños de la ciencia actual: en un, por el momento utópico, proceso de fusión nuclear sería uno de los componentes necesarios. De lograrse, esta reacción nuclear suministraría una gran cantidad de energía, convirtiéndose eventualmente en la solución para las previsibles carencias energéticas futuras.
Una compañía privada, Lunar Industries, es la que explota la base y manda los cargamentos de Helio 3 en envíos periódicos al planeta. Todo el trabajo es supervisado por una persona, la única que reside en el satélite. Su nombre es Sam Bell, un astronauta cuyo contrato de tres años llega finalmente a término en pocos días. El tiempo se le ha hecho muy largo, pero pronto volverá a casa donde le esperan su mujer y su hija. Sobrevive el día a día en gran parte a través de sus recuerdos y de las comunicaciones grabadas que le llegan, pues no existe un enlace directo entre la base lunar y la Tierra. Pero el aislamiento empieza a pasarle factura en forma de alucinaciones… y sufre un accidente fuera de la base. Se despierta en la enfermería con un robot cuidándole: el atento Gerty ha sido su única compañía durante todo el tiempo que lleva viviendo en la Luna, y siempre ha estado dispuesto a ayudarle a solucionar todos los problemas que se le presenten. ¿Todos?
No se puede contar nada más sin atentar contra uno de los puntos fuertes de esta propuesta en ciencia ficción, el progresivo encaje de las piezas del puzle que va sospechando el espectador poco antes de que la comprensión ilumine el cerebro del protagonista. Lo que se presenta como un sinsentido causado por una soledad que, comprensiblemente, parece estar haciendo perder la razón a Sam ahora que tan poco le queda para volver a su casa, acaba siendo un discurso contra la ética de las multinacionales y, en última instancia, del ser humano. ¿Somos inocentes simplemente porque hemos conseguido que otros hagan por nosotros el trabajo sucio del cual nos beneficiamos?
En el marco de la todavía irreal premisa de un complejo lunar habitable, la propuesta subyuga desde el primer momento. La cuidada puesta en escena parece muy realista al recurrir inteligentemente a lo que conocemos sobre nuestro satélite gracias a las misiones espaciales. Incurre en pequeñas vaguedades, como que Sam no ande más ligero al ser la gravedad más débil que la terrestre, y como se aprecia que hacía Armstrong en los vídeos grabados durante la misión Apollo. Y el polvo levantado por las máquinas perforadoras debería caer, por la misma razón, más lentamente de lo que se muestra. En cambio, la inteligencia artificial aparece a través de Gerty de un modo más fiel a la tecnología actual de lo que es habitual en este tipo de películas. Nuestro robot en su actuación presenta las contradicciones esperables por la rigidez de su funcionamiento lógico. No "piensa" de manera humana.
El guión, excelente, subraya perspicazmente las flaquezas y fortalezas del Homo sapiens sapiens personalizado en Sam, un personaje que tiene mucho que agradecer a la más que correcta interpretación del actor Sam Rockwell, que cincela un héroe poco convencional. El otro gran personaje es, como ya indica el título, la Luna: desoladora, inhóspita, gris… y llena de sorpresas insospechadas, o quizás no sea la responsable de las mismas y se limite a aportar el marco en el que los hombres hacen y deshacen.
La película, como ocurre con las grandes obras de ciencia ficción, utiliza un hipotético futuro para cuestionar el presente, y deja al espectador con una sensación que podríamos comparar a la de la caída libre. ¿Quizás la de un accidentado regreso a nuestro bello Planeta Azul?
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