
Los paseantes matutinos de la playa de Jones Beach, en Nueva York, tuvieron que frotarse los ojos. Una ballena jorobada de 25 toneladas yacía en la orilla, con el rictus lastimero de la muerte dibujado en sus enormes mandíbulas.
Era un ejemplar joven, de dos a cinco años de vida, y medía algo más de diez metros. Llevaba una semana muerta, o al menos eso estiman los biólogos del New York State Marine Mammal and Sea Turtle Program, que en las próximas horas informarán de los resultados de la necropsia.
Se desconoce de momento la causa de muerte, pero a nadie se le escapa su enorme poder simbólico, en la semana en la que se ha celebrado el Día de los Océanos y con el mayor desastre ambiental en la historia de Estados Unidos cociéndose a fuego lento en las aguas del Golfo de México.
Hace un año, el mensaje de las ballenas jorobadas era bien distinto por estas fechas. Otro ejemplar, también joven, fue avistado en la embocadura del puerto de Nueva York, cerca del puente de Verrazano. Los Guardacostas la escoltaron durante un tiempo para protegerla del intenso trasiego de los barcos. La gente pudo avistarla con prismáticos desde Coney Island, donde en una semana celebrará por cierto el desfile de las sirenas.
A las ballenas jorabadas o yubartas se las asocia secularmente con el canto de las sirenas, por sus largos y complejos sonidos que son capaces de emitir sin interrupción durantes horas y más horas. Protegidas desde los años sesenta, se calcula que rondan actualmente los 11.600 ejemplares en el Atlántico Norte, donde se concentra una tercera parte de su población. Son los mamíferos más viajeros, capaces de navegar hasta 25.000 kilómetros al año.
En Nueva York, desde tiempos inmemoriales, han llegado a adentrarse incluso en el estuario del río Hudson, alimentando de paso la imaginación de Herman Melville, Walt Whitman, García Lorca (“ballena de todos los cielos”) y demás marineros en tierra.
Seguiremos pues con la vista atenta y el oído a punto, intentando descifrar cuál es el mensaje de las ballenas en este verano agonizante en el que los océanos han dejado de ser azules.
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