Playas blancas e infinitas, sol abierto y brillante, vida salvaje, historias de aventuras y el encanto del siempre original vino africano. Las credenciales de Ciudad del Cabo -motor económico de Sudáfrica- invitan al visitante a dejarse llevar por una de las ciudades más africanas, pero al mismo tiempo más cosmopolitas del continente. Parada indispensable en cualquier periplo por el país africano, la ciudad más austral del país está enclaustrada entre los océanos Atlántico e Índico, entre la montaña y la arena de las playas blancas, entre enrevesados montes y llanos infinitos que albergan la más auténtica de las vidas salvajes africanas.
La geografía de Ciudad del Cabo es lo que la hace tan especial. Situada en la costa oeste sudafricana, en una abrupta cadena montañosa que termina en Punta del Cabo y sobresale en el Océano Atlántico, su localización ofrece maravillosas vistas y, aunque no es el punto más austral del continente africano, uno siente que desde las alturas de Table Mountain (Montaña Mesa) ha llegado al fin del mundo y que podría tocar el cielo con los dedos.
Table Mountain, a cuyos pies se encuentra la ciudad, se puede recorrer a pie, escalando su pronunciada pendiente, disfrutando de sus parajes verdes y repletos de vida salvaje. Para los menos atrevidos, se puede coronar la cima en cuestión de minutos gracias a un teleférico, convertido en una de las mayores atracciones de la ciudad. Otra posibilidad es atreverse con la bajada y sentir la experiencia de descender la montaña haciendo rapel, contemplando además de primera mano la extraña y singular forma de mesa de este maravilloso accidente de la naturaleza.
Una mezcla singular
Una vez en lo alto, contemplaremos y admiraremos las vistas de Ciudad del Cabo. Blancos y negros, europeos y asiáticos, gente de hemisferio Norte y del hemisferio Sur se mezclan en sus calles, llenas de vitalidad, entre sus colores y sus ritmos africanos y mestizos. Una mezcla que el apartheid condenó, pero que creó la amalgama de cruces, colores y sabores que conforman el encanto de los sudafricanos.
La excursión más famosa desde Ciudad del Cabo es al afamado Cabo de Buena Esperanza que, sin duda, nos traerá a la mente historias de los primeros aventureros y exploradores europeos. Lugar legendario en la historia de la navegación y las exploraciones por su importancia en las rutas comerciales entre Asia, el nuevo y el viejo mundo, sus aguas verdes esmeralda en verano nos abrirán la mente a un escenario único donde podremos recrear cómo se sentían los exploradores en sus primeros periplos llenos de aventuras.
El Cabo de Buena Esperanza no es el lugar más meridional de continente –este honor corresponde al Cabo de Agulha, más al este-. Tampoco ahí se abrazan los océanos Índico y Atlántico, pero sin duda es parada obligatoria para cualquier visitante a la más moderna de las ciudades sudafricanas, convertida además en meca para los surfistas de medio mundo.
Cárcel de deseos y aspiraciones
Sumergidos en nuestro paseo por la historia, desde Ciudad del Cabo podremos visitar la mítica isla de Robben Island, la cárcel que durante casi 30 años frustró los deseos y aspiraciones de Nelson Mandela, el icono moral de referencia en Sudáfrica. Hoy Patrimonio de la Humanidad, la isla-cárcel sudafricana se encuentra a media hora de navegación de la península en la que está situada Ciudad del Cabo y una vez allí contemplaremos los secretos que encierra: avestruces, ciervos, pingüinos, fauna y flora maravillosa que podremos contemplar en una visita también al Museo de Robben Island.
A poca distancia de aquí se encuentra la ciudad de los vinos Constantia, la más antigua de Sudáfrica, que se convertirá en un paraíso para los amantes del buen vino. Parecidos a los españoles en su pasión vitivinícola, los sudafricanos han sabido combinar lo mejor de sus tierras con la sabiduría enológica, lo cual se podrá descubrir en las diferentes rutas que, sin duda, sorprenderán a los paladares españoles, acostumbrados a vinos cálidos y fuertes. En el área de Ciudad del Cabo hay unos 200 viñedos en los que se ofrecen degustaciones. Los mejores se encontrarán en las conocidas como cuatro rutas del vino: Stellenbosch, Paarl, Franschhoek y Wellington.
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