El oro y las piedras preciosas
Ra intervino para que se pusiese oro sobre la carne del difunto, dándole así su color resplandeciente. ¿Cómo explicar mejor que se concediese exactamente así la vida eterna (9)? Al término de la momificación correctamente realizada, el mago comprueba esta transmutación y exclama: "¡Oh, untel! ¡Acabas de recibir tus dediles de oro y tus dedos son de oro, tus uñas de electro! La emanación de la luz proviene sólo de ti, ella que es el divino cuerpo de Osiris, hecho realidad. Tú has sido regenerado por el oro, tú has cobrado vigor por el electro. El oro iluminará tu rostro en el mundo intermedio, tú respirarás gracias al oro, saldrás gracias al electro (10)".
El oro es signo de vida regenerada. La gran maga, Isis, cuida de que el iniciado renueve su vida en medio del oro interior que ha descubierto. Su rostro se ilumina entonces por la alegría. Parece un "muchacho renacido (11)". Estos textos evocan evidentemente una iniciación de carácter alquímico. En la escena de la resurrección de Petosiris, en Hermópolis, el dios subterráneo Osiris se convierte en divinidad solar. Al emitir oro, expande la luz vital. Los iniciados a los misterios de Thot nos revelan de esta forma que Osiris es indisociable de Ra, de quien han nacido una piedra y una goma destinados a hacer incorruptible a la momia del difunto identificada con Osiris.
Esta piedra de luz es, desde luego, el prototipo de la piedra filosofal de los alquimistas (*).
Nudos y números
El mago egipcio pasa una buena parte de su tiempo haciendo nudos. Un nudo mágico es un punto de convergencia de las fuerzas que unen el mundo divino y el mundo humano. Los capítulos 406 – 408 de los Textos de los sarcófagos son fórmulas para conocer los siete nudos de la vaca celeste. Servirán al mago para el manejo de la barcaza en que atraviesa los espacios
(4) Djed – her, 9 – 14
(5) Altenmuller, H., Die Apotropaia und die Götter Mittelägyptens, 1965
(6) Lexa, F., I, 88
(7) SO, 8, 55 – 6
(8) LdM, cap. 101
(9) Goyon, J. – C., Rituales, 73
(10) Íd., 51
(11) Daumas, BIFAO LIX, 72 – 73
(*) El origen de las piedras preciosas, utilizadas con fines mágicos, se precisa así: "Las piedras preciosas vienen a ti, fluyen para ti desde el interior de las montañas, haciéndose protectoras de las entradas repletas de papiros (¿), de las hojas de la primera puerta de la necrópolis (12)"
(12) Goyon, J. – C., Rituales, 49
celestes. Restituyen el cuerpo sano y vigoroso. Por otra parte, los nudos celestes encuentran su correspondencia en los "nudos" del cuerpo humano, los puntos sensibles donde se encuentran los flujos energéticos de los que depende nuestra existencia.
Algunas fórmulas, con las del papiro mágico de Londres y de Leiden (13) constituyen preciosas técnicas. Se habla del nombre, del color. Lo que está atado en la tierra lo está también en el cielo, y a la inversa. Cristo retomará a su vez esta idea simbólica cuya huella puede encontrarse en los papiros mágicos coptos. "Pueda mi voz alcanzaros – declara el mago a los poderes – a vosotros que desatáis cuerdas, nudos y cadenas para que desatéis siempre todas las cadenas".
La magia de los números es indisociable de la de los nudos. El número está considerado como un nudo abstracto. Falta todavía un estudio en profundidad del simbolismo de los números en el Antiguo Egipto. Sin embargo, están presentes a cada momento, incluso en la magia de Estado. Uno de los mejores ejemplos es el de un altar de culto en Heliópolis, una mesa de ofrendas formada por cuatro mesas unidas (14) sobre las cuales se colocan unos panes que sirven para delimitar las cuatro direcciones del espacio, los ""cuatro orientes". Dicho de otro modo, el cosmos está organizado a partir de una unidad central que sólo se concretiza con la ofrenda a los dioses. En la religión cósmica como era la de Heliópolis, el Cuatro era el número de la eficacia, lo concreto, de la eficiencia.
El siete es sin duda el número citado con más frecuencia. Cuerdas de siete nudos, siete anillos de piedra y oro, siete hilos de lino… serían necesarios una gran lista de ejemplos. El papiro mágico de Leiden (15) evoca un ritual en el que el Siete está siempre presente. Se eligen siete ladrillos no utilizados antes. Se les manipula sin que toquen la tierra y se les dispone de forma ritual, conservando su estado de pureza en todo momento. Tres sirven de soporte a un recipiente que contiene aceite, y los otros cuatro son situados alrededor del médium. Se colocan entonces siete panes puros, siete bloques de sal y un plato nuevo lleno de aceite de los Oasis. Todo debe estar dispuesto alrededor del recipiente que contiene aceite. El mago hace extenderse al médium boca abajo. Pronuncia un encantamiento mientras él mira fijamente el aceite, siete veces. Hasta la hora séptima del día, se le plantean todas las preguntas que se quiera.
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