Seis siglos después de su «muerte física», Nicolás Flamel, a quien el gran Fulcanelli calificó como «el más famoso de los filósofos franceses», continúa despertando devoción entre muchos aficionados al esoterismo. Pero, ¿qué es real y qué legendario en la vida de este notable hermetista? ¿Es cierto que completó con éxito la obra más compleja del Arte Alquímico, la transmutación de los metales en oro? Sea como fuere, sin duda estamos ante uno de los personajes más misteriosos y geniales de la Baja Edad Media.

Aunque la vida de Nicolás Flamel está a caballo entre la historia y la leyenda, no por ello este personaje deja de constituir uno de los nombres más preclaros de la historia alquímica europea. Nacido en el seno de una familia modesta, pero ilustrada, gracias a los discretos medios de vida que le proporcionó su empleo de escribano público, pudo formarse en diferentes ramas del saber. Establecido en París, en el entonces típico barrio de Saint Jacques-la-Boucheri e –de donde parte el Camino de Santiago francés–, y poseedor ya de ciertos bienes conseguidos gracias a un trabajo que siempre mereció el respeto de sus convecinos, contrajo matrimonio con Perenelle, una mujer de carácter discreto, algo mayor que él, que se convertiría en su compañera inseparable en la singular empresa que se propuso llevar a cabo.
La vida del futuro alquimista transcurrió durante bastantes años en la comodidad del típico pequeño burgués, dedicado exclusivamente a un oficio que no le generaba problemas y le garantizaba ingresos suficientes para darse algunos caprichos. Y todo hubiera seguido indefinidamente así, de no haberse cruzado en su vida un libro extraordinario que le transformaría por completo. Cuenta el alquimista que el citado libro «no era de papel y pergamino como los demás, sus tapas eran de fino cobre y estaba grabado con letras y figuras extrañas (…) Contenía tres veces siete folios». Al parecer, las páginas estaban numeradas y contenían extrañas figuras: un látigo y unas serpientes mordiéndose, una cruz con una serpiente crucificada o un desierto por donde corrían hermosas fuentes. En el primer folio aparecía escrito en letras mayúsculas lo siguiente:«Abraham Judío, Príncipe, sacerdote, levita, astrólogo y filósofo»
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