Desde la antigüedad más remota, se han venido construyendo en todo el planeta cientos de santuarios, dispuestos con orientaciones astronómicas increíblemente precisas. Megalitos, geoglifos, pirámides, templos y catedrales situadas en lugares donde las energías de la Tierra fluyen con mayor intensidad, dispuestas a unirse con las procedentes del Cielo. ¿Son puertas a otros mundos, como pretendieron sus constructores? ¿Y hay razones para suponer que en estos momentos pueden volver a activarse? Iniciamos una serie a lo largo de la cual intentaremos responder a estos y otros interrogantes.

Es necesario trascender las apariencias. Aprender a leer las señales. Intentar descifrar su significado. Y seguir el hilo de Ariadna que nos permita encontrar la salida del laberinto, en medio del cual es fácil perderse... Eran ideas que bullían en mi cabeza, en un lugar, momento y circunstancias que confluían misteriosamente. Ésta tormenta mental –simultánea a otra, de origen cósmico– se desataba a comienzos de este año, mientras contemplaba la puesta de sol frente a las costas del Finis-terre.
Ocurría en el mismo lugar donde, a través de los siglos, los iniciados culminaban el Camino de Santiago, identificado como un espejo terrestre de la Vía Láctea. Durante meses habían recorrido ese sendero, plagado de lugares de poder y de topónimos que derivan de la palabra estrella. Pero, alcanzada Compostela (el Campo de las Estrellas), no daban por concluida su peregrinación. Proseguían su andadura hasta el extremo mismo de Occidente. Pasaban por los terrenos más repletos de inscripciones petroglíficas, entre los que destacan los de Campo Lameiro y sobre –todo por su significado cósmico– los laberintos neolíticos de Mogor, en algunos de los cuales encontramos un diseño idéntico a la cruz ansata, símbolo egipcio de la vida. Luego, se detenían en Noia –un pueblo cuyo nombre, leyenda fundacional y escudo aluden a Noé y a los supervivientes del Diluvio–, para enterrar simbólicamente su pasado en ese cementerio, donde encontramos lápidas repletas de extraños símbolos. Finalmente, se bañaban en las aguas del océano, deshaciéndose allí de sus viejos ropajes para renacer como hombres nuevos. Concluían así un rito de muerte y resurrección similar a los de tantos otros que, desde el antiguo Egipto hasta hoy, siguieron un sendero de transformació n, guiados siempre por las estrellas
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